El otro día pensaba que me definiría a mi misma como una late bloomer a nivel social. Es que siempre tardé «un poco más» que mis amigos en pasar a ciertas etapas socialmente esperables, y las consecuencias nunca fueron del todo buenas –desde sentirme siempre afuera de un grupo, hasta terminar una relación de 4 años. (En retrospectiva, fueron cosas buenas, pero en el momento la pasé mal.)
Sin embargo, en estos últimos meses me empecé a amigar con esta parte mía que tarda más de lo esperable en estar lista para ciertas cosas, o mejor dicho, a alegrarme por no haberme apurado cuando no me sentía lista. Porque aunque a veces haga falta un empujoncito, me doy cuenta que nada es mejor que el momento interno en el que decís «ya es hora», y no hay dudas, y las ganas crecen, y dar el siguiente paso te cierra por todos lados.
Claro que a veces con estar lista no basta, y hace falta mucha paciencia y confianza con las circunstancias y personas en mi vida para poder aceptar eso también, aunque duela.
Por el momento trato de enfocarme en las cosas que puedo hacer sola, los pasos que quiero dar, y me llena de entusiasmo.