
Vía: Observando

Vía: Observando

«El destino es para perdedores. Es solo una estúpida excusa para esperar que las cosas sucedan en vez de hacerlas suceder».
Blair Waldorf
Si no saben quien es Blair Waldorf, no se preocupen, no tienen por qué saberlo. Es un personaje de Gossip Girl, una de mis series «guilty pleasures».
Y el por qué de la frase, es que me la encontré en uno de mis Tumblrs favoritos, Saying Images, y viene perfecto a una discusión que suelo tener con un viejo amigo.
Yo creo que hay cosas que están «destinadas a ser», pero lo que tenemos que hacerlas suceder somos nosotros. Si no, el destino se convierte en una excusa para la cobardía. El tema da para mucho más, pero lo dejo para otro día. Por ahora, que quede la frase.
Hay algo que sucedió desde que se inventó la publicidad, supongo, pero que últimamente me llama la atención más que nunca. Y es que no puedo creer que a esta altura de los tiempos las publicidades todavía sean tan estereotípicas con el tema de géneros.
Las compras, los productos de limpieza, los electrodomésticos, y cualquier cosa que tenga que ver con las tareas hogareñas, todo protagonizado por mujeres. Y ya ni siquiera disimuladamente, muy estereotipado y mostrando a esas amas de casa que parece que no tienen nada más que hacer en sus vidas que lavar la ropa, cocinar, salir de shopping y alimentar a los hijos. Y eso solo, por supuesto, las hace tremendamente felices y las satisface plenamente.
Yo entiendo que esto fue así tradicionalmente (si no en la vida real, por lo menos lo que mostraban las publicidades), pero también estamos en un momento de la sociedad en la que esto ya cambió, o por lo menos a grandes rasgos. Los hombres también cocinan y limpian, y cuidan a sus hijos. Las mujeres también trabajan y saben arreglárselas por su cuenta.
Así que francamente me molesta que las agencias publicitarias y las marcas detrás de ellas sigan con esta cosa de siglos pasados, que sigan ubicando a hombres y mujeres en roles estereotipados. Al fin y al cabo, y quiérase o no, contribuyen a lo que es el imaginario social.
Y si el imaginario social espera que dentro de un par de años yo sea la que lave, limpie, cocine, haga las compras, cuide a los hijos y además trabaje, mientras mi pareja solo trabaja y a lo sumo mira el partido… vamos a tener un problema.
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p align=»justify»>Me indigné.

Me gusta que las palabras amargas de un personaje que desdeñé durante años sean hoy las que me sacan una sonrisa. Una tímida y cómplice sonrisa, esa que dice «te aprendí a querer», y que me recuerda que no importa si la vida es justa o injusta, sino lo que hacemos con ella.
Observando
Eventualmente, lo olvidas todo. Primero olvidas todo lo que aprendiste –las fechas de las guerras y el Teorema de Pitágoras. Especialmente te olvidas todo lo que realmente no aprendiste, sino que memorizaste la noche anterior. Te olvidas de los nombres de todos menos uno o dos de tus profesores favoritos, y eventualmente te olvidas de esos, también.
Te olvidas los horarios de tus primeras clases y dónde te sentabas y el número de teléfono de la casa de tu mejor amigo y la letra de esa canción que habrás escuchado un millón de veces.
Y eventualmente, pero despacio, te olvidas de tus humillaciones –incluso aquellas que te parecían imborrables, se desvanecen. Te olvidas quiénes eran cool y quiénes no, quién era lindo, inteligente, atlético, y quién no. Quién fue a la Universidad. Quién hacía las mejores fiestas. Quién tenía más amigos. Te olvidas de todos ellos.
Incluso de quienes decías que amabas, y aquellos a quienes amaste de verdad. Ellos son los últimos en irse.
Y ahí, una vez que olvidaste lo suficiente, amas a alguien más.

Para hacer, seguir haciendo y siempre hacer.
Vía Observando

Y yo ya la extraño :'(
Lo vi en el Tumblr de Anita.
Una de las cosas que más me fascinan del cuerpo y la mente humanas es la capacidad que tenemos de condicionarnos ante ciertos estímulos, y que esa asociación de eventos perdure mucho tiempo después.
Por ejemplo, yo tengo una política de despertarme con canciones tranquilas. Los sobresaltos a la mañana con el clásico “piripipí” a todo volumen no me gustan. Cuando decidí empezar a poner música tranqui en el despertador, una de las canciones que elegí fue Buachaill on Eirne, de The Corrs. Muy suave y además en un idioma que no conozco. Ideal. Me encantaba despertarme así.
Claro que despertarse significa muchas cosas, y más en la vida de una universitaria en su último año de clases. Significa interrumpir preciosas y escasas horas de sueño, saber que hay un día larguísimo por delante, que hay que afrontar el frío de Buenos Aires en invierno por la mañana, y, algunas veces al mes, salir del estupor del sueño para tomar consciencia amargamente que hay examen y que solo quedan un par de horas para terminar de repasar.
Es así como Buachaill on Eirne, aún agradable para mis oídos, empezó a generarme una serie de sensaciones no tan agradables en el cuerpo. Si iba por la calle y sonaba en mi iPod, en seguida la cambiaba. Si aparecía en mi reproductor multimedia mientras trabajaba, inmediatamente me sentía nerviosa y una sensación de frío me bajaba por la espalda.
De hecho hoy, a un par de meses de haberme recibido y saber que ya no me esperan esos despertares llenos de preocupaciones (quizás vengan otros, con otras preocupaciones, pero ya no esos), cuando me cruzo con Buachaill on Eirne tengo que cambiarla. Porque mi cuerpo se condicionó, mi mente lo asocia con esas épocas y no quiere saber nada al respecto.
Así nos pasa con todo. Un lugar, un tono de voz, un perfume, una frase. Lo mejor es cuando nos pasa, pero en positivo. Cuando algo se asocia a un momento tan bueno de tu vida que, cuando aparece en el presente, nos evoca sensaciones placenteras por más que estemos caminando en el microcentro con 45º de sensación térmica.
Quiero más de esos.
Foto.