El fin de semana él encontró unas fotos de mi adolescencia que no sé cómo estaban tan a mano. De nada me valió tratar de sacárselas, ojeó casi todas mientras yo me moría de vergüenza.
Siempre fui terriblemente crítica con mis fotos, casi nunca me gusta cómo salgo, y la adolescencia no fue excepción. Pero a diferencia de otras etapas de mi vida, que en ese momento no me gustan y con el paso de los años desaparece la crítica y veo esas fotos con amor, esta vez me seguía pareciendo un espanto.
El pelo inflado y mal teñido, el sobrepeso, los aparatos fijos en los dientes. Hasta lo inadecuada que me sentía se notaba en las fotos. Físicamente, mi peor época.
Ah, pero todo eso tiene un lado positivo. Y es que nunca voy a ser una de esas mujeres cuya edad dorada quedó en los dieci-algo. No señores, a mi el paso del tiempo me sienta bien.
Me alegra saber que hoy, aún con los cien defectos que podría encontrarme, me siento físicamente mucho mejor que cuando era más chica.
Me gusta no tener épocas mejores que añorar, sentir que el presente es mejor, y que mañana puede serlo más aún.
PD: Imposible decir el título sin pensar en «el gurú».