Hay mentiras que nos creemos por ingenuos, o confiados, o porque no se nos ocurre que la otra persona pueda tener motivos para mentir.
Después hay otras mentiras que parte nuestra elige creer por más que todas las evidencias apunten a lo contrario.
Cuando tenía 17 años una de mis íntimas amigas me preguntó si con mi entonces novio habíamos practicado sexo oral. No me lo preguntó solo como curiosidad, me lo preguntó como «para confirmar».
La pregunta me descolocó un poco. Hablar sobre si habíamos perdido la virginidad o no era bastante fácil, pero entrar en los detalles de la intimidad en ese momento me daba un poco de pudor, y no fue sino bastante sonrojada que le contesté que sí, pero que ¿por qué me lo preguntaba? ¿Cómo se le había ocurrido?
Me dijo que mi novio se lo había contado al suyo. Y eso era un problemón, porque yo me llevaba pésimo con el novio de mi amiga, y pensar que MI novio haya podido compartir algo tan íntimo nuestro con un personaje que me había causado tantas molestias no sólo me resultaba humillante sino una gran traición.
Le dije que no podía ser, que cómo iba a haber pasado eso. Que se tenía que haber enterado de alguna otra forma.
Mi amiga me debe haber visto cara de ternero degollado y mundo-apunto-de-colapsar o algo así, porque enseguida me dijo que quizás su novio había adivinado, y que había inventado que el mío se lo contó.
Y yo le creí. Mi amiga estaba inventando una excusa para salvar la situación y yo decidí que la excusa era seguramente la verdad.
Varios años después pienso en esa situación, en que me parece tierno que mi amiga haya tirado esa fruta para que yo no me ponga mal, en que mi novio de entonces estuvo en offside (pero también en retrospectiva no me parece tan grave), y que las personas muchas veces NECESITAMOS creer ciertas mentiras.
Seguramente a lo largo de mi vida he decidido comer fruta que me tiraron porque era mejor para mi paz mental (también me creí muchas mentiras por confiada, pero ese es un tema aparte).
Así que es todo un ejercicio estar atentos y no creernos las mentiras que nos convienen. Yo espero haber dejado eso atrás hace unos años ya.
Me río con ternura de las cosas que me creí, pero espero que si alguna vez me vuelve a pasar algo similar, tenga los ovarios de aceptar la realidad y no de creer lindas mentiras.
3 respuestas a «La mentira más ridícula que me creí»
El cerebro elije lo que creemos que nos conviene y despues reyenamos eso de argumentos creibles para justificarnos. A los 5 y a nos 80 anios. /eom
Bueno, yo no quería hablar de religión, pero…
muy buena!
tengo una nota en borrador para mi blog, que habla sobre la mentira, y cuestiones sobre esta que contás.
me viene bien la anécdota ;-)