Categoría: Ceci

  • Nada

    Hoy no puedo escribir, no encuentro la inspiración, me faltan las ganas. Hasta respirar me cuesta.

    Sé que la vida es así, que lo que un día te da, al día siguiente te lo quita, y aprendí a vivir sabiendo que nada es para siempre (o por lo menos, que viviremos con la incertidumbre hasta el último día).

    Pero hay pérdidas que te toman por sorpresa y te dejan pensando mil cosas sobre tu vida, y tratando de digerir como puedas que alguien a quien querías mucho simplemente ya no está.

    El viernes a la noche falleció mi querido amigo Alfredo, 30 años tenía nada más. Con él compartí un montón de momentos buenos, y fue una persona en cuya compañía siempre me sentí segura.

    Creo que en el fondo todavía no caigo en la pérdida. Casi todo el fin de semana estuve ocupada sosteniendo a otros y para cuando quise sentarme a asimilar lo que pasó, el momento de llorar había pasado y lo único que me queda es un silencio profundo y un vacío grande.

    Nada.

  • Perros

    Esta tarde estaba caminando cerca de una obra en construcción. En la vereda había maderas para que la gente no pise los escombros.

    Un perro salchicha estaba sentado frente a las tablas, su dueño, parado al lado, trataba de tirarle de la correa pero no había caso, el perro estaba muy asustado como para pisar las tablas.

    Lo miré y el dueño me dijo «está asustado», entonces di unos pasos, y desde la mitad de las tablas le hice un chistido al perro, lo miré y lo llamé. Y él me miró, movió la cola, se subió a las tablas y las cruzó todo contento.

    Esa confianza, esa terrible confianza que tienen los perros en los seres humanos nunca deja de conmoverme.

    Y es una de las tantas razones por las que, por más que a mi gato lo quiera mucho, nunca nada va a reemplazar a Sol.

  • La Playa

    Cuando volví de mis vacaciones le comentaba a alguien que me había sorprendido a mí misma disfrutando tanto de estar tirada en la playa sin hacer nada.

    Le comentaba que durante mi infancia y adolescencia había tenido la posibilidad de ir a muchos lugares así con mi familia y que por lo general me aburría un poco.

    «Es la primera vez que te lo pagaste vos, ¿no?» fue su acertadísima pregunta.

    «Sí», fue mi respuesta, acompañada de una inevitable sorpresa.

    Es increíble cómo cambia todo cuando lo hacemos por elección, y aún más cuando es el fruto de nuestro trabajo.

  • El otro lado de la cama

    Cuando mi papá volvió del hospital, y teníamos que adaptarnos a su discapacidad, una de las cosas que hicieron él y mi mamá fue cambiar de lado de la cama para dormir, de modo que él esté más cerca del baño y la puerta, y no tenga obstáculos en el camino.

    Los primeros días fueron los más duros, debatiéndonos entre aceptar (o resignarnos a) la nueva realidad que nos tocaba vivir, y la espera de un milagro que parecía cada día más imposible.

    Eventualmente llegó el momento de reajustarnos y seguir adelante como pudiéramos. Y no sé en qué momento me acerqué a mi mamá y le pedí algo.

    Le pedí que por favor vuelvan a cambiar de lugar de la cama, que vuelvan a dormir como antes. Siempre me acuerdo de ese pedido, tan trivial que puede parecer, pero tan importante que era para mí, sentir que aunque sea algo volvía a ser como antes.

    Lo hicieron, aunque eso representase alguna incomodidad mayor los primeros meses. Porque así de fuertes son mis viejos, y así de mucho se esforzaron por que mi hermana y yo atravesemos ese período de la mejor manera posible.

    Me conmueve mucho esa anécdota en particular, la inocencia de mi pedido, la fuerza de mis viejos. Son las cosas que te definen.

  • Vacaciones

    Beach Umbrella

    Quería hacer alguna introducción poética para este post, alguna que diga lo agotada que estoy, lo mucho que trabajé los últimos años sin tomarme días para descansar de verdad, y lo feliz que me hace el plan para la próxima semana.

    Pero simplemente vamos a ponerlo así: me voy a de vacaciones una semana y desbordo de alegría.

    Espero que la semana que viene oigan poco de mí, y a la vuelta estar con todas las pilas totalmente cargadas para todas las cosas nuevas y emocionantes que me esperan a mi regreso.

    Para que no se note mucho mi ausencia, dejé algunos tweets programados en #autopiloto con cosas que me parecen divertidas para compartir, y posts en Acceso Directo para que tengan qué leer.

    Yo, por lo pronto, espero llegar bien a Isla Margarita, y pasar una semana haciendo una de las cosas que más me cuesta: nada.

  • Más linda que nunca

    El fin de semana él encontró unas fotos de mi adolescencia que no sé cómo estaban tan a mano. De nada me valió tratar de sacárselas, ojeó casi todas mientras yo me moría de vergüenza.

    Siempre fui terriblemente crítica con mis fotos, casi nunca me gusta cómo salgo, y la adolescencia no fue excepción. Pero a diferencia de otras etapas de mi vida, que en ese momento no me gustan y con el paso de los años desaparece la crítica y veo esas fotos con amor, esta vez me seguía pareciendo un espanto.

    El pelo inflado y mal teñido, el sobrepeso, los aparatos fijos en los dientes. Hasta lo inadecuada que me sentía se notaba en las fotos. Físicamente, mi peor época.

    Ah, pero todo eso tiene un lado positivo. Y es que nunca voy a ser una de esas mujeres cuya edad dorada quedó en los dieci-algo. No señores, a mi el paso del tiempo me sienta bien.

    Me alegra saber que hoy, aún con los cien defectos que podría encontrarme, me siento físicamente mucho mejor que cuando era más chica.

    Me gusta no tener épocas mejores que añorar, sentir que el presente es mejor, y que mañana puede serlo más aún.

    PD: Imposible decir el título sin pensar en «el gurú».

  • Escribir mi propia historia

    open to possibilities

    Antes era más fácil, más cierto. Mientras crecía, no tenía muchas dudas de lo que iba a ser mi futuro. Lo imaginaba similar al de mi madre, solo que además de casarme y tener hijos joven (digamos, a los veintipoco), seguramente le iba a sumar una carrera universitaria.

    Hoy, a los 26, cuando pienso que a esta edad mi mamá ya me tenía a mí y a mi hermana, no podría sentirme más lejos de esa historia, de ese camino predeterminado que alguna vez ni siquiera hubiese puesto en dudas.

    Cuando pienso en eso, siento un revoloteo en la panza. Pero no tiene que ver con el casamiento o los hijos que aún no tuve y espero no tener durante varios años más. Es que ya no hay una historia previamente escrita.

    Desde hace un tiempo y en adelante, yo escribo mi propia historia, una historia muy diferente a la de las mujeres de mi familia. Ni mi madre, ni mis tías ni mis abuelas transitaron el camino que estoy transitando yo (tampoco yo el de ellas, vale decir).

    Esta sensación de libro abierto con páginas en blanco esperando a ser llenadas por mis propias decisiones, experiencias, aciertos y errores me dan una sensación de abismo, sí, pero también de libertad. De preguntarme qué aventuras diferentes me depara el destino.

  • Incondicional

    Ghost fear

    Saber que hay en tu vida personas que te bancan incondicionalmente. En tus mejores y en tus peores momentos.

    Y que quieren que seas feliz en tu propio camino.

    Es momento de exorcizar fantasmas. De los que te paralizan del miedo.

  • No recuerdo el dolor

    Pensá en los momentos más dolorosos de tu vida. En la peor herida que recibió tu cuerpo, o el golpe más fuerte que tus emociones tuvieron que aguantar. Tratá de recordarlo, cada detalle. Yo no puedo.

    Shandi-lee X {pieces I}

    Lo recuerdo y reconozco, sí, pero solo desde un punto de vista intelectual: sé que mi peor dolor físico fue cuando me operaron cuando tenía 19 años y me hicieron las curaciones. Recuerdo que el dolor era tan pero tan intenso que creía que me iba a desmayar (de hecho, casi me desmayo si no me hubiesen sostenido el médico y la enfermera). Lo sé, sé que fue así y que ningún dolor superó a ese, pero mi cuerpo ya no lo registra. Y a pesar de las intelectualizaciones que pueda hacer, volvería a pasar por ese dolor si fuera necesario. Es que tengo la palabra «dolor» en mi archivo, pero no su verdadera dimensión.

    Algo similar me pasa con las heridas emocionales. Puedo reconocer los tres o cuatro momentos más dolorosos de mi vida en general: la enfermedad de mi padre, los problemas económicos que casi hacen desmoronar a mi familia, la muerte de un ser amado. Y sin embargo, una vez que hube sanado, solo puedo recordar que la pasé mal, quizás hasta sentir un nudo en la garganta, pero pienso que si todas esas experiencias me llevaron a donde estoy hoy, bien podría pasarlas nuevamente. Ya no puedo registrar la magnitud de mi desesperación en esas épocas.

    ¿Les pasa algo así a ustedes también? Yo creo que es parte de nuestro mecanismo de supervivencia como seres humanos. Si no pudiésemos olvidar el dolor, ¿una madre se animaría a tener más de un hijo después de un parto difícil? ¿una persona volvería a enamorarse después de haber sufrido? ¿iríamos al médico sabiendo que probablemente nos duela otra vez?

    Esta es una reflexión que tengo hace muchísimos años, aunque quizás surja ahora porque estoy juntando valor para retomar un tratamiento que dejé hace tiempo, porque el dolor era agobiante. El tema es, ya no recuerdo ese dolor.

  • De piedras y mochilas, una parábola que me salvó la vida

    Stones

    Hoy me encontré, sin querer, con un viejo blog que había abierto en 2004. No casualmente se llamaba Sweet Serendipity.

    El último post que escribí allí tiene una historia que en su momento me salvó la vida. No literalmente, pero sí a nivel emocional. A veces, cuando guardo amargura con respecto a cosas que hice o me han hecho, recordarla es como una poción instantánea que me devuelve a mi centro.

    La comparto con ustedes:

    Hu-Ssong narró a sus discípulos el siguiente relato:

    -Un hombre que iba por el camino tropezó con una gran piedra. La recogió y la llevó consigo. Poco después tropezó con otra. Igualmente la cargó. Todas las piedras con que iba tropezando las cargaba, hasta que aquel peso se volvió tan grande que el hombre ya no pudo caminar. ¿Qué piensan ustedes de ese hombre?

    -Que es un necio -respondió uno de los discípulo-. ¿Para qué cargaba las piedras con que tropezaba?

    Dijo Hu-Ssong:

    -Eso es lo que hacen aquellos que cargan las ofensas que otros les han hecho, los agravios sufridos, y aun la amargura de las propias equivocaciones. Todo eso lo debemos dejar atrás, y no cargar las pesadas piedras del rencor contra los demás o contra nosotros mismos. Si hacemos a un lado esa inútil carga, si no la llevamos con nosotros, nuestro camino será más ligero y nuestro paso más seguro.