Cuando te ves obligado a ser simple, estás obligado a enfrentar el problema real. Cuando no podés dar ornamentos, tenés que dar sustancia.
~ Paul Graham
Pensá en los momentos más dolorosos de tu vida. En la peor herida que recibió tu cuerpo, o el golpe más fuerte que tus emociones tuvieron que aguantar. Tratá de recordarlo, cada detalle. Yo no puedo.
Lo recuerdo y reconozco, sí, pero solo desde un punto de vista intelectual: sé que mi peor dolor físico fue cuando me operaron cuando tenía 19 años y me hicieron las curaciones. Recuerdo que el dolor era tan pero tan intenso que creía que me iba a desmayar (de hecho, casi me desmayo si no me hubiesen sostenido el médico y la enfermera). Lo sé, sé que fue así y que ningún dolor superó a ese, pero mi cuerpo ya no lo registra. Y a pesar de las intelectualizaciones que pueda hacer, volvería a pasar por ese dolor si fuera necesario. Es que tengo la palabra «dolor» en mi archivo, pero no su verdadera dimensión.
Algo similar me pasa con las heridas emocionales. Puedo reconocer los tres o cuatro momentos más dolorosos de mi vida en general: la enfermedad de mi padre, los problemas económicos que casi hacen desmoronar a mi familia, la muerte de un ser amado. Y sin embargo, una vez que hube sanado, solo puedo recordar que la pasé mal, quizás hasta sentir un nudo en la garganta, pero pienso que si todas esas experiencias me llevaron a donde estoy hoy, bien podría pasarlas nuevamente. Ya no puedo registrar la magnitud de mi desesperación en esas épocas.
¿Les pasa algo así a ustedes también? Yo creo que es parte de nuestro mecanismo de supervivencia como seres humanos. Si no pudiésemos olvidar el dolor, ¿una madre se animaría a tener más de un hijo después de un parto difícil? ¿una persona volvería a enamorarse después de haber sufrido? ¿iríamos al médico sabiendo que probablemente nos duela otra vez?
Esta es una reflexión que tengo hace muchísimos años, aunque quizás surja ahora porque estoy juntando valor para retomar un tratamiento que dejé hace tiempo, porque el dolor era agobiante. El tema es, ya no recuerdo ese dolor.
El 14 de agosto de 2011 en Argentina vamos a votar por primera vez en las «elecciones primarias», que son algo así como un filtro antes de las elecciones presidenciales de octubre. Si me parecen bien o mal estas elecciones es un tema para otro día, pero lo que sí es importante es saber cómo se vota en estas elecciones obligatorias, ya que está circulando mucha información contradictoria (bien desmentida en este post).
La información a continuación está confirmada por el sitio oficial de Elecciones 2011 del gobierno (ante la menor duda, léanlo), y es copia de un Google Docs creado por Adrián Heinst. Es importante que estemos informados, y que no nos queden dudas. Si algo de lo aquí escrito no es correcto, les pido que me avisen:
(y como evitar que anulen tu voto por mails truchos que circulan)
1 Boleta por cada Cargo como se votó siempre.
Si querés votar para todos los cargos al partido Azul metés la lista completa del partido Azul. █ █ █ █ █
Si querés votar la lista del Partido Azul salvo el intendente del Partido Rojo, cortas la parte que dice Intendente en la Lista Azul y le agregas la parte que dice Intendente de la Lista Roja. Lo mismo con cada cargo que se elija. Una sola boleta por cada cargo, sino se anula. █ █ █ █ █
«El arquero es un modelo para el sabio.
Cuando le ha fallado al blanco, busca la causa en sí mismo.»
Atribuida a Confucio.
Hoy me encontré, sin querer, con un viejo blog que había abierto en 2004. No casualmente se llamaba Sweet Serendipity.
El último post que escribí allí tiene una historia que en su momento me salvó la vida. No literalmente, pero sí a nivel emocional. A veces, cuando guardo amargura con respecto a cosas que hice o me han hecho, recordarla es como una poción instantánea que me devuelve a mi centro.
La comparto con ustedes:
Hu-Ssong narró a sus discípulos el siguiente relato:
-Un hombre que iba por el camino tropezó con una gran piedra. La recogió y la llevó consigo. Poco después tropezó con otra. Igualmente la cargó. Todas las piedras con que iba tropezando las cargaba, hasta que aquel peso se volvió tan grande que el hombre ya no pudo caminar. ¿Qué piensan ustedes de ese hombre?
-Que es un necio -respondió uno de los discípulo-. ¿Para qué cargaba las piedras con que tropezaba?
Dijo Hu-Ssong:
-Eso es lo que hacen aquellos que cargan las ofensas que otros les han hecho, los agravios sufridos, y aun la amargura de las propias equivocaciones. Todo eso lo debemos dejar atrás, y no cargar las pesadas piedras del rencor contra los demás o contra nosotros mismos. Si hacemos a un lado esa inútil carga, si no la llevamos con nosotros, nuestro camino será más ligero y nuestro paso más seguro.
Al lector cuidadoso no le resultará una sorpresa que con el paso del tiempo desarrollé como una extraña obsesión con Rebecca Black. Confieso que la primera vez que escuché su canción Friday la odié, me pareció terrible y debo haber cerrado YouTube a los 30 segundos del video. Pero después pasó algo.
Esta chica que logró su popularidad gracias a tener el video con más calificaciones negativas de YouTube empezó a recibir una cantidad importante de insultos y burlas… y a medida que esto pasaba, pude empezar a empatizar cada vez más con ella.
Al fin y al cabo, tiene solo 14 ó 15 años, y se animó a jugarse por un sueño, y recibió burlas a cambio. ¿Cuántos de nosotros, autollamados geeks o nerds, hemos pasado por lo mismo en mayor o menor medida? Yo por lo menos, sí. (Claro que a una escala mucho menor).
Entonces una puede ver más allá del videoclip barato, la letra infantil de la canción y la voz medio irritante de Rebecca. Puede ver a alguien que está sufriendo por alcanzar sus sueños, soportando burlas y desaires, bancándose la actitud bully de mucha gente. Pero en vez de quedarse en su casa a llorar, sigue para adelante.
Así es que por eso me gustó mucho que saque su segundo corte, una canción con por lo menos mejor letra, video y producción de verdad. Porque es una especie de Cenicienta moderna, y banco eso.
Todos merecemos tener «nuestro momento».
¿Y por qué te importa tanto lo que piensen los demás? me preguntó Belén la semana pasada.
Una pregunta simple, que me hice a mí misma y me han hecho otros innumerables veces. Pero esta vez hizo eco en algún lado.
Y no digo que la opinión de los demás no sea importante, sería una necedad no escuchar a nadie. Pero me estoy cansando de ser tan tibia en algunas cosas, de no plantear mis ideas con la fuerza suficiente por no quedar mal con nadie.
En estas últimas semanas no estuve escribiendo mucho. Es que fue una de esas épocas de cambios, de esos que se sienten como tormentas que azotan tu vida y te dejan medio mareada sin saber para dónde seguir caminando.
El cambio de trabajo fue más duro de lo que esperaba, el cambio de ambiente y tareas es bastante drástico, y aunque hoy ya me siento bien y contenta con el desafío que tengo por delante, las primeras semanas me sentí perdida como hacía mucho no me pasaba. Tuve mucho miedo.
Para dar parte de vida, aquí estoy, aún en pie y descubriendo nuevos aspectos de mi trabajo y de mí misma. Y en la calma que viene después de la tormenta, una noticia que me da mucha felicidad.
Me recibí.
Despertarse con dolor en los pies, la voz algo afónica, los ojos rodeados de un aura negra –sacarse el maquillaje jamás se te cruzó por la cabeza cuando caíste rendida en la cama.
La ropa tirada en el piso. Ese vestido que con tanto amor elegiste y tanto cuidaste para la fiesta, ahora está al lado de los zapatos, dado vuelta. Ya cumplió su propósito.
La cabeza todavía te zumba un poco y a medida que tu mente comienza a despertarse, recordás por qué tu cuerpo te está pasando factura: porque anoche bailaste y cantaste y te divertiste hasta el agotamiento. Porque celebraste con todo el peso de esa palabra.
Me encanta la mañana después de una gran noche.
(Gracias a todos los que estuvieron ahí, a los que no pudieron llegar los espero el año que viene).